¿Qué propósito tiene la vida? ¿Qué vine
a hacer a este mundo? ¿Quién es Dios? ¿Se interesa de veras en mí? ¿Qué
significa el sacrificio de Cristo para mí? ¿Existe en realidad el cielo? ¿Tengo
una probabilidad de ir allá un día? ¿Qué es el infierno? ¿Dónde está? ¿Qué me
pasará cuando muera? ¿Destruirá la bomba atómica nuestro mundo? ¿Se puede
conocer el porvenir?
Quienquiera que usted sea, ¿no es verdad
que se hace a veces preguntas semejantes? ¿Desea de todo corazón obtener la
respuesta correcta? Dios tiene la solución de todos los problemas angustiosos
que nos oprimen. ¿Desea usted saber qué dicen? Si quiere saberlo, síganos,
lección tras lección, mientras abrimos las páginas del Libro que lo contesta
todo. Y si usted estudia con entusiasmo e interés por conocer la verdad, verá
desvanecerse sus dudas y cavilaciones, tal como la oscuridad de la noche se
disipa ante la luz gloriosa del amanecer.
Al estudiar estas
lecciones, cuyo objeto principal es revelar a nuestros ojos el plan divino para
la humanidad, procuremos recordar la exhortación de nuestro Señor Jesucristo:
"Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan" (San
Lucas 11:28).
Dios existe
¡Dios! La religión cristiana lo llama
Creador, nuestro Padre celestial, la Fuente de la vida y de la verdad... Pero
estos atributos son demasiado vagos para quien está buscando seguridad. Si Dios
nos da la solución de todos nuestros problemas, si el secreto de la felicidad consiste
en conocerlo, entonces queremos conocerlo.
Nuestra razón, nuestro corazón y nuestra
conciencia proclaman con fuerza que Dios existe, que es el Creador del cielo y
de la tierra, que hizo al hombre a su imagen y que reveló su bondad.
Pero a Dios no se lo puede definir ni
explicar. Si bien es verdad que las pruebas de su existencia son visibles, no
deja de ser verdad también que el hombre librado a su suerte no puede
comprender a Dios. Por esa razón Dios ha resuelto revelarse a sí mismo, a fin
de que el hombre pueda conocerlo, y para lograrlo ha elegido tres medios: la
naturaleza, la conciencia humana y la Sagrada Escritura.
Dios revelado en la
naturaleza
La potencia del creador se manifiesta en
forma destacada en la existencia de los mundos, en el orden y la armonía que
los rigen y que atestiguan la sabiduría infinita de un gran artista. Y en la
providencia que todo lo previó y todo lo ha provisto para que se produzca sin
interrupción, podemos descubrir también la ternura conmovedora de un Padre amante
y compasivo. Lleno de admiración el salmista exclama:

David oía, por medio de la naturaleza,
la voz de Dios dirigiéndose al hombre, y a partir de la belleza de la
creación sus pensamientos se elevan con toda naturalidad al Creador. Del Dios
de la naturalidad pasaba sin esfuerzo al Dios de la gracia.
Por su parte el apóstol San Pablo dice:
Las cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver
desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas
(Romanos 1:20).
“'Dios es Amor',
está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente
hierba…, todos atestiguan el tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y su
deseo de hacer felices a sus hijos” (E. G. White).
Y vio Dios todo lo que había hecho, y he
aquí que era bueno en gran manera (Génesis 1:31).
Desgraciadamente, vino Satanás y sembró
la destrucción en el campo de Dios. Si bien la naturaleza nos revela el amor de
Dios, también nos revela el poder del mal. Esas dos revelaciones
contradictorias se cruzan y se combinan: el mensaje de Satanás deforma el
mensaje y dificulta a veces su comprensión. Abundan los malos hombres, las
malezas y las fieras. Las cizaña perjudica a quienes cultivan campos. Los
cataclismos, los terremotos, las inundaciones, las sequías siembran la
devastación. Nos asombran a un tiempo la aridez quemante del desierto y la
aridez glacial de los polos. Todo esto es anormal. Es la consecuencia del pecado,
y desaparecerá con él. Así lo declara la Palabra de Dios con una promesa que,
en su sentido más amplio, abarca la naturaleza entera:
Por que las criaturas sujetas fueron a
vanidad, mas por causa del que las sujetó con esperanza, que también las
mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad
gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:20,21).
Cuando la naturaleza deje de ser el
campo de batalla donde estos dos adversarios sumamente poderosos se enfrente en
el combate más terrible que se haya reñido jamás, entonces el mensaje de Dios
recobrará toda su claridad y otra vez el hombre podrá leer, sin temor de
equivocarse, el libro de la Naturaleza, Nuevamente será ella el espejo de
la divinidad.
Las palabras que yo os he hablado, son
espíritu y son vida (San Juan 6:63).
Pensemos en la enorme cantidad de
ejemplares de las Santas Escrituras que se han publicado desde que se inventó
la imprenta hace quinientos años: ¡1.500.000.000 de ejemplares! En su tiempo,
Voltaire afirmó que en menos de una generación la Biblia sería un libro
olvidado. Pero la misma casa donde vivió Voltaire fue transformada en depósito
de una Sociedad Bíblica ¿Dónde está Voltaire hoy? ...En cambio la Biblia sigue
viviendo. ¡Qué extraordinaria vitalidad!
¿Cuál es el
secreto?
¿Cuál es el secreto de esa vitalidad? He
aquí la respuesta:
La palabra de Dios es un libro
inspirado. En efecto, a pesar de que casi cuarenta distintas personas --reyes,
estadistas, labradores, poetas, médicos-- y en un lapso de casi mil quinientos
años, contribuyeron a redactarla, es una obra maestra de unidad. Es una carta
que Dios nos escribió y en la que nos dice todo lo que debemos saber con
respecto a nuestro Creador, y con respecto a Jesucristo, su Hijo, nuestro
Salvador, a la vez que nos indica nuestro origen y destino. La Palabra de Dios
posee la solución de todos los problemas humanos. ¿Es posible esto? Veamos la
explicación:
Toda Escritura es inspirada divinamente
y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instituir en justicia,
para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena
obra (2 Timoteo 3:16,17).
El secreto del poder de la Palabra de
Dios reside en el hecho de que es un libro inspirado, es decir que existe por
el aliento divino. Notemos el testimonio que la Palabra de Dios da acerca de sí
misma:
Los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados del Espíritu Santo (2 San Pedro 1:21).
Es ésta una verdad tan evidente que
expresiones como "Así dice Jehová", "Dice Dios", se encuentran
más de 2.500 veces en las Santas Escrituras. El salmista declara:
El espíritu de Jehová ha hablado por mí,
y su palabra ha sido en mi lengua (2 Samuel 23:2).
Profetas, salmistas y apóstoles, todos
declaran que sus escritos provienen de la misma fuente. Hombres escogidos por
Dios sintieron que sobre ellos se asentaba el poder del Espíritu Santo. Fue
mediante sueños y visiones celestiales y bajo la inspiración de Dios como
fueron impulsados a hablar y a escribir. Dios pronunció sus verdades eternas por
intermedio de estos hombres de antaño. Examinemos la evidencia del poder
manifestado por esa Palabra.
Por la palabra de Jehová fueron hechos
los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca... Porque el
dijo, y fue hecho; él mando, y existió (Salmo 33:26,9).
¿No es esto impresionante? La Palabra
inspirada dice: "Sea", y he aquí que surgen a la existencia las cosas
materiales.
Por la fe entendemos haber sido
compuestos los siglos (mundos) por la palabra de Dios (Hebreos 11:3).
Aún hoy, la misma palabra que creó el
mundo continúa su obra. El apóstol nos muestra a Dios "sustentando todas
las cosas con la palabra de su potencia" (Hebreos 1:3).
La creación es un testimonio mudo del
poder de la Palabra de Dios. Cuando él habla, su Espíritu obra y lo invisible
se materialize. El poder divino que se ve en la creación es el mismo que se
manifestó en la vida de nuestro Señor, el hombre-Dios de Galilea. La Biblia es
verdaderamente la Palabra de Dios. El Nuevo Testamento atestigua la verdad del
Antiguo, cuyas palabras cita de continuo. Estas dos partes testifican una
acerca de la otra y se complementan.
¡Con qué fidelidad debiéramos considerar
cada doctrina de las Santas Escrituras! ¡Cuán dispuestos debiéramos estar a
aceptar las reprensiones que nos dirigen! ¡Con cuánto agradecimiento debiéramos
someternos a su corrección y con cuánto ardor debiéramos escudriñarlas para
aprender en qué consiste la debida manera de vivir! La Santa Palabra de Dios es
una norma de vida. Es el mapa de nuestro camino a la vida eterna. Por esto
debemos hacer de la Palabra Santa la guía infalible de nuestra vida.
¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren
conforme a esto, es porque no les ha amanecido (Isaías 8:20).
¿Podemos experimentar el poder de esa
Palabra en nuestra vida? Sin duda alguna; pero tan sólo en la medida en que
dejemos de lado nuestras opiniones personales, nuestros prejuicios y toda
creencia que no concuerde con esa Palabra. El poder es para todos los que hacen
de las Santas Escrituras la guía de su vida.
Apreciado amigo, ¿desea usted ese poder
en su vida? La invitación que nos dirige el Señor es: "Gustad, y ved que
es bueno Jehová" (Salmo 34:8).
A Dios
Perlas son de tu
mano las estrellas;
tu corona los soles, que el vacío,
prendió tu mano, y de tu imperio pío,
espada y cetro al par son las estrellas.
Por el éter y el mar andas sin huellas;
y cuando el huracán suelta bravío,
sus mil voces de un polo al otro frío,
con tu voz inmortal sus labios sellas.
Doquier estás, doquier llevan tu nombre
mares, desiertos, bosques y palacios,
cielos, abismo, el animal, el hombre;
aunque estreches la mente y los espacios,
te llevan ¡oh Señor! sin contenerte;
te adoran ¡oh Señor! sin conocerte.
Anónimo
tu corona los soles, que el vacío,
prendió tu mano, y de tu imperio pío,
espada y cetro al par son las estrellas.
Por el éter y el mar andas sin huellas;
y cuando el huracán suelta bravío,
sus mil voces de un polo al otro frío,
con tu voz inmortal sus labios sellas.
Doquier estás, doquier llevan tu nombre
mares, desiertos, bosques y palacios,
cielos, abismo, el animal, el hombre;
aunque estreches la mente y los espacios,
te llevan ¡oh Señor! sin contenerte;
te adoran ¡oh Señor! sin conocerte.
Anónimo

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