lunes, 12 de noviembre de 2012

Conozcamos al Creador



¿Qué propósito tiene la vida? ¿Qué vine a hacer a este mundo? ¿Quién es Dios? ¿Se interesa de veras en mí? ¿Qué significa el sacrificio de Cristo para mí? ¿Existe en realidad el cielo? ¿Tengo una probabilidad de ir allá un día? ¿Qué es el infierno? ¿Dónde está? ¿Qué me pasará cuando muera? ¿Destruirá la bomba atómica nuestro mundo? ¿Se puede conocer el porvenir?
 
Quienquiera que usted sea, ¿no es verdad que se hace a veces preguntas semejantes? ¿Desea de todo corazón obtener la respuesta correcta? Dios tiene la solución de todos los problemas angustiosos que nos oprimen. ¿Desea usted saber qué dicen? Si quiere saberlo, síganos, lección tras lección, mientras abrimos las páginas del Libro que lo contesta todo. Y si usted estudia con entusiasmo e interés por conocer la verdad, verá desvanecerse sus dudas y cavilaciones, tal como la oscuridad de la noche se disipa ante la luz gloriosa del amanecer.
Al estudiar estas lecciones, cuyo objeto principal es revelar a nuestros ojos el plan divino para la humanidad, procuremos recordar la exhortación de nuestro Señor Jesucristo: "Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan" (San Lucas 11:28).
 
Dios existe
¡Dios! La religión cristiana lo llama Creador, nuestro Padre celestial, la Fuente de la vida y de la verdad... Pero estos atributos son demasiado vagos para quien está buscando seguridad. Si Dios nos da la solución de todos nuestros problemas, si el secreto de la felicidad consiste en conocerlo, entonces queremos conocerlo.
Nuestra razón, nuestro corazón y nuestra conciencia proclaman con fuerza que Dios existe, que es el Creador del cielo y de la tierra, que hizo al hombre a su imagen y que reveló su bondad.
Pero a Dios no se lo puede definir ni explicar. Si bien es verdad que las pruebas de su existencia son visibles, no deja de ser verdad también que el hombre librado a su suerte no puede comprender a Dios. Por esa razón Dios ha resuelto revelarse a sí mismo, a fin de que el hombre pueda conocerlo, y para lograrlo ha elegido tres medios: la naturaleza, la conciencia humana y la Sagrada Escritura.
 
Dios revelado en la naturaleza
 
La potencia del creador se manifiesta en forma destacada en la existencia de los mundos, en el orden y la armonía que los rigen y que atestiguan la sabiduría infinita de un gran artista. Y en la providencia que todo lo previó y todo lo ha provisto para que se produzca sin interrupción, podemos descubrir también la ternura conmovedora de un Padre amante y compasivo. Lleno de admiración el salmista exclama:
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra, y una noche a la otra noche declara sabiduría. No hay dicho, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su hilo, y al cabo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol. Y él, como un novio que sale de su tálamo, alégrase cual gigante para correr el camino. Del un cabo de los cielos es su salida, y su giro hasta la extremidad de ellos: y no hay quien se esconda de su calor (Salmo 19:1-6).
David oía, por medio de la naturaleza, la voz de  Dios dirigiéndose al hombre, y a partir de la belleza de la creación sus pensamientos se elevan con toda naturalidad al Creador. Del Dios de la naturalidad pasaba sin esfuerzo al Dios de la gracia.
Por su parte el apóstol San Pablo dice: Las cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas (Romanos 1:20).
“'Dios es Amor', está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba…, todos atestiguan el tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y su deseo de hacer felices a sus hijos” (E. G. White).
 
En la primera página de las Santas Escrituras leemos:
Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera (Génesis 1:31).
Desgraciadamente, vino Satanás y sembró la destrucción en el campo de Dios. Si bien la naturaleza nos revela el amor de Dios, también nos revela el poder del mal. Esas dos revelaciones contradictorias se cruzan y se combinan: el mensaje de Satanás deforma el mensaje y dificulta a veces su comprensión. Abundan los malos hombres, las malezas y las fieras. Las cizaña perjudica a quienes cultivan campos. Los cataclismos, los terremotos, las inundaciones, las sequías siembran la devastación. Nos asombran a un tiempo la aridez quemante del desierto y la aridez glacial de los polos. Todo esto es anormal. Es la consecuencia del pecado, y desaparecerá con él. Así lo declara la Palabra de Dios con una promesa que, en su sentido más amplio, abarca la naturaleza entera:
 
Por que las criaturas sujetas fueron a vanidad, mas por causa del que las  sujetó con esperanza, que también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:20,21).
Cuando la naturaleza deje de ser el campo de batalla donde estos dos adversarios sumamente poderosos se enfrente en el combate más terrible que se haya reñido jamás, entonces el mensaje de Dios recobrará toda su claridad y otra vez el hombre podrá leer, sin temor de equivocarse, el libro de  la Naturaleza, Nuevamente será ella el espejo de la divinidad.
Las palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida (San Juan 6:63).
Pensemos en la enorme cantidad de ejemplares de las Santas Escrituras que se han publicado desde que se inventó la imprenta hace quinientos años: ¡1.500.000.000 de ejemplares! En su tiempo, Voltaire afirmó que en menos de una generación la Biblia sería un libro olvidado. Pero la misma casa donde vivió Voltaire fue transformada en depósito de una Sociedad Bíblica ¿Dónde está Voltaire hoy? ...En cambio la Biblia sigue viviendo. ¡Qué extraordinaria vitalidad!
¿Cuál es el secreto?
 
¿Cuál es el secreto de esa vitalidad? He aquí la respuesta:
 
La palabra de Dios es un libro inspirado. En efecto, a pesar de que casi cuarenta distintas personas --reyes, estadistas, labradores, poetas, médicos-- y en un lapso de casi mil quinientos años, contribuyeron a redactarla, es una obra maestra de unidad. Es una carta que Dios nos escribió y en la que nos dice todo lo que debemos saber con respecto a nuestro Creador, y con respecto a Jesucristo, su Hijo, nuestro Salvador, a la vez que nos indica nuestro origen y destino. La Palabra de Dios posee la solución de todos los problemas humanos. ¿Es posible esto? Veamos la explicación:
 
Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra (2 Timoteo 3:16,17).
El secreto del poder de la Palabra de Dios reside en el hecho de que es un libro inspirado, es decir que existe por el aliento divino. Notemos el testimonio que la Palabra de Dios da acerca de sí misma:
 
Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo (2 San Pedro 1:21).
Es ésta una verdad tan evidente que expresiones como "Así dice Jehová", "Dice Dios", se encuentran más de 2.500 veces en las Santas Escrituras. El salmista declara:
El espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha sido en mi lengua (2 Samuel 23:2).
Profetas, salmistas y apóstoles, todos declaran que sus escritos provienen de la misma fuente. Hombres escogidos por Dios sintieron que sobre ellos se asentaba el poder del Espíritu Santo. Fue mediante sueños y visiones celestiales y bajo la inspiración de Dios como fueron impulsados a hablar y a escribir. Dios pronunció sus verdades eternas por intermedio de estos hombres de antaño. Examinemos la evidencia del poder manifestado por esa Palabra.
Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca... Porque el dijo, y fue hecho; él mando, y existió (Salmo 33:26,9).
¿No es esto impresionante? La Palabra inspirada dice: "Sea", y he aquí que surgen a la existencia las cosas materiales.
Por la fe entendemos haber sido compuestos los siglos (mundos) por la palabra de Dios (Hebreos 11:3).
Aún hoy, la misma palabra que creó el mundo continúa su obra. El apóstol nos muestra a Dios "sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia" (Hebreos 1:3).
La creación es un testimonio mudo del poder de la Palabra de Dios. Cuando él habla, su Espíritu obra y lo invisible se materialize. El poder divino que se ve en la creación es el mismo que se manifestó en la vida de nuestro Señor, el hombre-Dios de Galilea. La Biblia es verdaderamente la Palabra de Dios. El Nuevo Testamento atestigua la verdad del Antiguo, cuyas palabras cita de continuo. Estas dos partes testifican una acerca de la otra y se complementan.
¡Con qué fidelidad debiéramos considerar cada doctrina de las Santas Escrituras! ¡Cuán dispuestos debiéramos estar a aceptar las reprensiones que nos dirigen! ¡Con cuánto agradecimiento debiéramos someternos a su corrección y con cuánto ardor debiéramos escudriñarlas para aprender en qué consiste la debida manera de vivir! La Santa Palabra de Dios es una norma de vida. Es el mapa de nuestro camino a la vida eterna. Por esto debemos hacer de la Palabra Santa la guía infalible de nuestra vida.
¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido (Isaías 8:20).
¿Podemos experimentar el poder de esa Palabra en nuestra vida? Sin duda alguna; pero tan sólo en la medida en que dejemos de lado nuestras opiniones personales, nuestros prejuicios y toda creencia que no concuerde con esa Palabra. El poder es para todos los que hacen de las Santas Escrituras la guía de su vida.
Apreciado amigo, ¿desea usted ese poder en su vida? La invitación que nos dirige el Señor es: "Gustad, y ved que es bueno Jehová" (Salmo 34:8).
 
A Dios
Perlas son de tu mano las estrellas;
tu corona los soles, que el vacío,
prendió tu mano, y de tu imperio pío,
espada y cetro al par son las estrellas.

Por el éter y el mar andas sin huellas;
y cuando el huracán suelta bravío,
sus mil voces de un polo al otro frío,
con tu voz inmortal sus labios sellas.

Doquier estás, doquier llevan tu nombre
mares, desiertos, bosques y palacios,
cielos, abismo, el animal, el hombre;
aunque estreches la mente y los espacios,
te llevan ¡oh Señor! sin contenerte;
te adoran ¡oh Señor! sin conocerte.

      Anónimo
 

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